Aquests dies em trobo amb gent que està tipa del confinament i el creu absolutament exagerat i amb d'altres que creuen que les mides son prudents i necessàries, malgrat que siguin les més restrictives d'Europa, per cert, quan, paradoxalment, som el país amb un tant per cent de defuncions més elevat. De moment, això sí, tot de moment i fins al dia d'avui, perquè de tot aquest tema no en sabrem res del cert fins que no hagi passat el temps i puguem tenir una certa perspectiva. Entre els dogmàtics de les mides obligatòries, que no comparteixo ideològicament però que segueixo per disciplina social, s'han estès aquests dies les condemnes sobre persones que no fan el que toca, persones que a mi em provoquen certa admiració, jo no en seria capaç. Em fan més por els dogmàtics caçadors de transgressors i els delators vocacionals que no pas el viurs, la veritat.
Un dels articles mes lúcids, divertits i fonamentats que he llegit aquests dies és un del periodista John Carlin. El copio sencer perquè si us poso l'enllaç potser no podreu entrar al diar, a La Vanguardia, el diari que tothom ha assegurat en algun moment, jo inclosa, que no tornaria a comprar ni a llegir mai i que tothom fulleja, ja sigui en paper o de forma virtual.
Aquests dies tornem a comprar diaris en paper, darrerament ho fèiem de forma puntual però enguany això d'anar al quiosc té un valor afegit. Al meu barri encara queda un quiosquer vocacional, dels de tota la vida, a causa de la seva resistència li van atorgar un premi local, que es lliura cada anys a persones rellevants del barri o relacionades amb el barri. És un premi molt democràtic i diversificat, s'ha donat a persones diverses, des de l'humil quiosquer que menciono fins al nostre famós més rellevant, Serrat. El Poble-sec és així, eclèctic, es aquesta una de les grans virtuts del barri.
Ahir vaig poder veure i escoltar, molt desmillorat, un senyor de Ciutadans que ha passat el virus. Em va semblar humil i lúcid, molt diferent de quan pontificava políticament sobre temes diversos. Admetia, i té experiència per comentar el tema, que els governs han fet el que podien i sabien, i que quan toqués ja tornaria a tocar el crostó als independentistes i a qui fes falta. Si es polítics fossin sempre tan humans i humils ens agradarien molt més, al menys a mi, la veritat.
En aquest tema del virus s'ha comprovat que ningú no sap res, de moment, i que grans afirmacions d'experts al cap d'un temps han resultat errònies o mig errònies. Costa admetre que ens movem en terrenys d'inseguretat i risc, criticar els polítics s'ha convertit en un esport habitual i tothom sap més de política, ja, que de futbol o d'educació, que eren els temes a l'entorn dels quals qui més qui menys diu la seva sense cap mena de manies. Jo tampoc no sé res i, qui sap, potser, donades les circumstàncies, val més no saber-ho i viure mentre es pugui, ni que sigui en el nostre còmode confinament de ciutadans del mon ben peixat. I això de mon ben peixat, com tot, també pot ser relatiu, fràgil i temporal. Els humans tenim un orgull a prova de bomba, no puc evitar somriure davant d'això de què ens en sortirem quan l'evidència demostra que molta gent no se n'ha sortit.
No és estrany que els nostres avantpassats, més creients en forces celestials, pensessin que amb malalties i plagues Déu o els deus ens castigaven car, ai, sempre tenim algun pecat, individual o col·lectiu, que demana -o exigeix- algun tipus de penitència. En això, com en tot, sempre és més senzill condemnar els pecats dels altres, considerant que els càstigs divins ens afectaran a tots- que no pas ser conscients dels propis. Qui sigui lliure de pecat, doncs, que critiqui al govern. Al govern que sigui, no entraré en bizantinismes territorials, ara.
Nadie sabe nada
John Carlin, La Vanguardia, 26/4/2020
Los mejores consejos están todos dichos. Uno de ellos, de hace 2.500 años, proviene de Sun Tzu. En su obra clásica, El arte de la guerra, el estratega chino dice que la clave de la victoria es “conocer a tu enemigo”. El principio se puede extender a batallas de todo tipo. A los conflictos políticos, a las negociaciones comerciales, a los pleitos familiares, a las conquistas sexuales, al fútbol, al coronavirus.
He leído más artículos científicos en los últimos 40 días que en los anteriores 40 años. Sigo los medios todos los días en dos idiomas, siempre sobre lo mismo. Sólo hay un tema de conversación con mis amigos. Y siempre vuelvo a lo mismo. Que hoy en día, tras casi 200.000 muertes mundiales confirmadas, no entendemos nada. No conocemos al enemigo. Un bichito sin cabeza ha sido capaz de poner en jaque a los grandes cerebros de la humanidad.
Ya que sobran motivos para llorar, me encojo de hombros y me río. Pienso en “el líder del mundo libre”, el comandante en jefe de la hiperpotencia, el individuo que con sólo apretar un botón dejaría el planeta en ruinas –pienso en Donald Trump y su idea de que la solución al virus es sol y desinfectante–. El presidente de Estados Unidos propuso el jueves que “meter luz solar dentro del cuerpo” más “una inyección” de “desinfectante” mataría al bicho. No especificó el método para captar el sol en el esófago ni de qué desinfectante hablaba, pero no dudemos de que sus devotos en Misisipi y Montana habrán vaciado los supermercados de productos amoniacos para amenizar sus barbacoas dominicales.
Claro, siempre existe la terrible posibilidad de que Trump tenga razón. Bueno, quizá no, pero puede ser que la diferencia entre él y varios de los científicos médicos que han salido a la luz del día en las últimas semanas sea más de estilo que de sustancia. En muchos de los países hoy en cuarentena la reacción del público y de los periodistas a los políticos ha sido escéptica; ante los científicos la actitud suele ser la solemne deferencia.
Todo el mundo se mofa hoy de la certeza de buey con la que Trump declaró hace un par de semanas que la hidroxicloroquina, un medicamento contra la malaria, podría ser el santo grial que todo el mundo anhela. Ahora resulta, o según el nuevo consenso científico parece que resulta, que no lo es. Pero la idea no fue de Trump. Provino de la ciencia, la misma que nos asegura con gran convicción que los famosos tests van a resultar determinantes. Sí, quizá, pero tengo un amigo que estuvo ingresado en la UCI en el mejor hospital de París. Nadie tuvo la más mínima duda de que tuvo el coronavirus, pero los dos tests que le hicieron salieron negativos.
La última poción mágica con la que ha dado un sector reputado del mundo científico, con el apoyo entusiasta de Trump, es el remdesivir. La noticia del viernes fue que el remdesivir falló en su primer gran ensayo clínico.
Ni hablar, por supuesto, del gran debate mundial sobre la eficacia de las mascarillas; o del misterio de por qué los niños no enferman, o de por qué los hombres mueren más que las mujeres, o si el haber tenido la enfermedad te vuelve inmune.
Lo más hilarante de todo lo que he visto hasta la fecha tiene que ver con el tabaco. Hasta hace un par de semanas la ciencia médica no dejaba de repetir que para los que no habían dejado de fumar, este era el momento. Ahora o nunca. Pues la semana pasada médicos en China y Nueva York dijeron haber observado que, lejos de acentuar el daño del virus, el tabaco lo reducía. Un estudio francés publicado esta semana concluye que el porcentaje de fumadores entre los pacientes ingresados es bajísimo respecto a la población no fumadora. La hipótesis, extraordinaria, es que el tabaco no sólo no estimula al virus sino que podría servir de protección contra él.
Es el momento de comprar acciones en Marlboro. Trump quizá ya lo haya hecho. A ver si en su próxima rueda de prensa recomienda que todo el mundo acompañe sus bebidas de desinfectante con un buen cigarrillo.
Menos hilarante, y bastante más seria, sigue siendo la incapacidad del mundo científico para ponerse de acuerdo sobre el índice de mortalidad del virus. Hace seis semanas, el director general de la OMS, el oráculo de Delfos en cuyo juicio medio mundo basa sus medidas antivirus, declaró que el 3,4% de la gente infectada se moría. Uno de cada 30. Una barbaridad. En cambio, estudios más recientes en California y Finlandia colocan la cifra real en menos del 0,2%, o sea, uno de cada 500. El Imperial College en Londres, el oráculo en el que se basa el Gobierno británico, reportó el 31 de marzo que la cifra más confiable rondaría el 0,66%, uno de cada 150. El consenso al que la mayoría de los científicos parece aferrarse es que el 1% de infectados se muere del virus, uno de cada cien.
Si ese fuera el índice real, según un eminente epidemiólogo de la Universidad de Stanford llamado John Ioannadis, la política de confinar a medio mundo, con el daño económico que conlleva, podría ser “totalmente irracional”. “Sería –agregó– como si un elefante fuera atacado por un gato. Frustrado, intentando esquivar al gato, el elefante accidentalmente se cae por un precipicio”.
La imagen podría resultar acertada para lo que está pasando en África. Hasta ahora –hasta ahora– el virus apenas ha hecho mella. Las eminencias que han pronosticado el final del mundo en el continente más pobre explican que esto no es verdad, que ha pegado mucho más de lo que parece porque pocos países tienen la capacidad para contabilizar adecuadamente las causas de muerte. Bien, pero uno de esos pocos países con un sistema sanitario moderno es Sudáfrica, cuyas medidas de confinamiento han durado un mes y son similares a las de España, el país europeo con las restricciones de movimiento más severas de Europa. Sudáfrica tiene 12 millones de habitantes más que España. El total de muertos de coronavirus en Sudáfrica fue de 75 hasta el viernes, 300 veces menos que en España.
¿Quién lo sabe explicar? Nadie. Yo, pese al desconocimiento general, pienso acatar las órdenes del Gobierno. Cumpliré mi arresto domiciliario hasta que me digan lo contrario. Pero todos los días, mientras leo y escucho sobre el gran drama de nuestros tiempos, oigo en mi cabeza en algún momento las palabras de una distinguida profesora de Historia de la Universidad de Oxford llamada Margaret MacMillan, de 76 años. La pregunta que ella se hace, según cuenta The Times de Londres, es si la posteridad verá la respuesta que dimos a esta crisis y concluirá que el mundo se volvió loco.
Me consuela pensar que la doctora MacMillan tampoco sabe nada.
13 comentaris:
A mi aquest article de Carlin em va indignar i gairebé no vaig ser capaç d'acabar-lo. Pertany a la coneguda escola generalitzadora que evita haver de pensar més del compte -"tots els polítics són iguals", "ningú no sap res"...-. Comparar les bajanades de Trump amb els dubtes i balbucejos de la ciència és ignorar-ho tot sobre el mètode científic. Trista època que s'estima més la seguretat d'un ase que la sinceritat d'un "no ho sabem encara".
Gueste o no, uno se ha de posicionar, entre otras cosas porque va la vida en ello, así de sencillo.
Quizá estoy más influenciado que otras personas al tener más de la mitad de la familia tocando literalmente mierda en los hospitales.
Lo que no es de recibo es que que después de seis semanas en el Parc Tauli no se hayan realizado los test a no ser que vayas en busca de la baja.
Por ello mi indignación. A Conchi, neomóloga, sobrina de mi señora, con dos crios de 9 y 11 años, no se le ha realizad, a su marido, Fran, tampoco y a Miguel Angel, ni hablar (los tres del Taulí).
Rosa (Clinic, si frotis- y porque lo pidió...le dieron una semana de baja pero no le dijieron el resultado) y Eva y María José, no, son del Oncológic.
A la vista de lo anterior decir que las dos primeras semanas en el Taulí, por polainas se usaban bolsas de basura. ¿Se ha de tomar o no partido?
También decir que esta vez estoy con Torra, y no es el mío; no se pueden tomar decisiones desde Madrid. el Raval tiene más densidad de población que Soria. la barriada del Gornal dobla en población a Teruel. Los espacios son diferentes y las necesidades distintas.
Comparto el escrito de ALLAU, pero decir que no se salva ninguna Comunidad de la mala gestión. De los muertos en residencias, ambas castillas, extremadura, Aragón, Valencia y Andalucía se llevan la palma, con casi el 70% de fallecidos; Catalunya con el 53%, pero del Pais Vasco poco sabemos, ellos jamás dan datos que les puedan perjudicar.
Gracies per la teva atenció
Salut més que mai
El trobo molt banal i superficial, francament, sembla un article d'aquests que fa en Monzó mig en broma mig en serio, aquest Carlin tot ell ja és una mica baliga balaga.
Ah! Per cert, i per aclarir un malentès, jo criticava l'edició digital en català de la Vanguardia que és dit curt i ras una merda, no el diari, que m'agrada i llegeixo cada dia. Entra a la versió digital en català i en castellà i veuràs la diferència.
Salut
Doncs ja veus, Allau, a mi em va agradar i tot.
Miquel, el problema es complejo y encuentras opiniones para todos los gustos, cuando lo cierto es que nos cuentan lo que conviene a cada uno.
Francesc, considero que l'edició digital, com l'Hemeroteca son 'també' La Vanguardia, formen part de les seves ombres i llums, de fet és un diari que, en digital o en paper, rep per totes bandes, no veig que passi amb d'altres. O sigui, no era un malentès. De fet, si és tan bírria, millot no mirar-lo ni llegir-lo, és sobre el que ironitzava.
De fet no el trobo banal, parla de dades certes i coses que sap, i a nivell força general ja que es pot informar per moltes bandes, però, vaja, tot és opinable i qüestionable, res a veure amb Monzó, tot i que jo, a Monzó li tinc mania i Carlin em cau bé, ho admeto sense manies.
He de dir que els del mètode científic, en moltes ocasions, pontifiquen i tenen poca humilitat amb la resta, en una ocasió vaig polemitzar amb un científic d'un cert prestigi sobre unes afirmacions banals que feia sobre educació i se'm va picar, és el que tenen alguns experts en alguna cosa, que creuen que saben de tot. I que no apliquen 'sempre' el mètode científic però critiquen els que se suposa que no l'apliquen. Complicat, vaja.
Precisament jo adscriuria l'article a la humilitat de 'no ho sabem encara', no veig que Carlin menteixi, precisament.
¿Sabes lo más gracioso?: Pues que en el hipotético caso de que volvieran a necesitarse, seguiría sin haber respiradores para todos. Y si no hay respiradores, no hay respiradores. Creo que por obvio lo importante está pasando desapercibido.
Chiloé, intento no escuchar ni leer ni escribir nada sobre 'el tema' pero me resulta imposible, la verdad.
Júlia, no em val que em surtis amb exemples de mals científics, que ja sé que també n'hi ha, per descomptat. Però la ciència és l'únic camí que pot trobar una solució per a tothom.
I a mi també em queia bé Carlin, però a partir d'aquesta frivolitat, m'ho pensaré.
Benvolgut Allau, no tinc cap interès en encetar un debats sense solució, però on hi veus frivolitat jo hi veig humor -anglès- i una mica de sarcasme, Carlin no diu res que no sigui veritat o que s'hagi inventat i, a més a més, aquests dies he escoltat coses semblants expressades, tot i que en un altre to, per metges i cientifics, en el sentit 'no sabem res' i ningú no sap res. No parlo de mals científics sinó de científics bons en el seu camp i prepotents en opinar sobre coses que no els 'toquen'.
No veig que el periodista negui la ciència i el seu valor, sinó les seves limitacions, es limita a constatar el bat-i-bull que impera en aquest tema, tan sols cal mirar els diaris per veure que els mateixos que diuen blanc demà diuen negre i que potser farien millor en ser més humils i considerar si les mides dràstiques van a algun lloc o no. Però, vaja, ja dic, aquest és un tema, avui, polèmic, i fins que tot no passi no podrem fer una reflexió més 'panoràmica'. La ciència és el camí però als científics, a molts, també els fa falta més humilitat i menys dogmatisme, que també n'hi ha, en el seu camp.
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